Silencios. No me pregunto por que, pero jamás he querido escucharlos. Digo escucharlos, porque no pensé que llegasen a oírse en el corazón tan profundamente. Silencios, silencios que matan, silencios sin motivo, silencios sin explicación, silencios sin respuesta, silencios inesperados, silencios que necesitan un argumento para ser entendidos, silencios que estremecen, silencios que arrastran un frío inmenso, silencios. Supongo que a lo largo de nuestra vida, nos hacen falta un par de saltos en el camino. Saltarnos los silencios y las noches vacías, para ver lo que posiblemente se esconde detrás, y nunca hemos tenido el valor de verlo.
Ayer, me daban miedo las alturas, y le tenía un pánico mortal al agua. Hoy, iría corriendo a un precipicio y al borde del abismo, me lanzaría de su mano, sin pensar en lo que vendría después. Por lo tanto, eso quiere decir, que el miedo se pierde cuando uno aprende amar sin poner límites.
Desde que le perdí el miedo a las alturas y al agua, le he perdido el miedo a la vida. He dejado de preocuparme en el mañana, y me he propuesto vivir lo que tengo hoy frente a mis ojos. Las oportunidades, solo pasan una vez en la vida, y esta, tengo que aprovecharla más que nunca. No sé si lo que hago está bien o mal, y no sé si debo pensar en las consecuencias, pero de momento, no lo haré.
Llevo toda mi vida, equivocándome de caminos y eligiendo rutas simples. Ya no me interesan esas rutas. Hoy, me apetece correr hasta donde mis piernas me lleven, y poder decir que hago lo que quiero, que camino sin rumbo, y que por una vez en la vida, estoy donde quiero estar. En un lugar donde no se escuchan silencios, y donde las noches no están vacías. Sino completas, de todo aquello que estuve esperando siempre.
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